viernes, 10 de agosto de 2012

Visionados (Primera entrega):El Hijo de Chucky aka Chucky "El muñeco diabólico" parte V

Queridos lectores: este blog ha estado languideciendo estos últimos meses hasta que la llegada del mes de agosto y el desorden horario que siempre provoca el estío ha permitido algún chispazo extra de literatura y pop. Bien, aprovechando la excusa perfecta: no ponerme a hacer un trabajo que sí debería estar haciendo, inauguro una sección anárquica y sin ninguna promesa de continuidad que quiero dedicar, por cierto, a mi amigo Vicente Muñoz.


El hijo de Chucky es la quinta (y hasta hora última, aunque la rumorología de la red avisa de la posibilidad de un remake) parte de la saga de Chucky "El muñeco diabólico". Si la película original era ya de por sí una especie de parodia del genero slasher (ya saben, asesino en serie, a veces con un punto sobrenatural, sobre todo por la longevidad y la capacidad de supervivencia de elementos como Michael Myers o mi favorito Leatherface) mezclada con elementos de leyendas urbanas sobre muñecos asesinos, vudú y crítica del consumismo ochentero, esta última parte se sumerge completamente en las cenagosas aguas del pantano de la autoparodia, el metacine y la postmodernidad más cazurra y delirante. Y sí, por eso es grande. Emparentada en su planteamiento inicial con la Útima pesadilla de Wes Craven (otra obra suprema de la metaliteratura cinematográfica y cuya primera media hora es miel pura) la aparición en los créditos de un sorprendente John Waters (en el que es su mejor papel desde aquel protagonista animado, dueño de una tienda de memorabilia kitchs en uno de los grandes episodios de The Simpsons) nos indica que los derroteros van a ser otros. El hijo de Chucky, ambiguo remedo del Ziggy Stardust, del David Bowie de 1974 (aquel que llegó a pesar menos de cincuenta kilos y que tenía el cerebro como un queso gruyere fruto del consumo masivo de cocaína), recibirá el doble nombre de Glen-Glenda (el homenaje, en este caso, al director Ed Wood, tan de moda en la época por la película de Tim Burton) y será la base de un conflicto psicosexual que hará las delicias de los fans de Norman Bates (Psicosis parte dos y tres, nunca la primera).




¿Qué más se puede pedir? Tratamiento de adicciones, moralidad cristiana, homenajes a Stephen King y Jack Nicholson, un ritmo trepidante, algo de sangre, juego de espejos y, por supuesto, la majestuosa Jenniffer Tilly haciendo de sí misma, voluptuosa scream-queen de penúltima generación, recordándonos una y otra vez la película que la hizo grande y que alimentó durante años nuestros sueños más lúbricos, Lazos ardientes (junto a la no menos lasciva Gina Gershon, dios, cuánto la extraño).


Jenniffer Tilly, por cierto, se dedica actualmente a desplumar a incautos jugadores profesionales de póker que se despistan entre tanto cuerpo y tan poco farol.

Próxima entrega...en breve.

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